El tratamiento con el que los medios de comunicación tratan conflictos interculturales e interraciales es preocupante. Puede entenderse desde un punto de vista superficial, sí, pero en estos tiempos en donde pareciera que lo que menos importa es la reflexión, los medios deberían analizar de antemano las publicaciones, exponer incluso esos análisis y plantear una mirada que no alimente la xenofobia que por naturaleza llevamos dentro. Digo por naturaleza, puesto que, según la Psicología, el miedo a lo desconocido, a lo diferente, es propio de todo ser vivo, y la xenofobia es etimológicamente “fobia (miedo) a lo extranjero”.
En pleno siglo XXI, luego de todas las horrendas lecciones que por la historia hemos aprendido, o incluso vivido, hay que tratar con delicadeza los temas que implícitamente generen conflicto entre dos naciones que colindan como lo son Brasil y Paraguay. Solapadamente hablamos de fraternidad, pero de ambos lados nos tiramos clavos que causan animadversión, “los paraguayos corruptos” o “los brasileros invasores” son pequeñas frases pero con grandes efectos en el pensamiento. Las molestias causadas por los abusos a la tierra, consecuencia de la producción mecanizada son permitidas por el Estado, a quienes deberíamos reclamar son a las autoridades que desde nuestro lado de la frontera deben velar por el cumplimiento de nuestras leyes. Todo extranjero que opte por vivir en nuestras tierras debería adaptarse a las mismas, así como adaptarse a nuestra cultura, y esa adaptación no precisamente los obliga a la adopción de nuestra cultura, no tenemos porqué exigir que el extranjero deje de hablar su lengua materna ni mucho menos sentirnos ofendidos si lo hace, mucho menos en Ciudad del Este donde nos jactamos de ser una metrópolis. Claro que tampoco el extranjero debería obligar al paraguayo a no expresar su culturalidad, como en el caso de Bonita Kim, donde prohibían a los empleados el uso de la lengua guaraní para comunicarse entre ellos, o incluso de las empresas que prohíben el consumo de tereré en horario laboral.
Pero no hace falta nacer con una nacionalidad diferente, hagamos un mea culpa, los paraguayos somos xenófobos, no nos preocupamos con aquellos que ancestralmente son dueños de las tierras que habitamos, con aquellos que nos legaron una riquísima cultura. Y esto es lo irónico, reclamamos las acusaciones de medios brasileños cuando afirman que todo lo ilegal “e paraguaio” cuando al mismo tiempo decimos que “haraganería” es sinónimo de aquellos aborígenes a los cuales se les está robando tierra.
El ejercicio que deberíamos plantear es frenar un poco y pensar que lo que prima en estas acusaciones más bien son otros intereses, lo nativo versus lo extranjero es una distracción, los casos que se enfrentan no van más allá de intereses particulares. Es así que el colono brasileño que está en regla y que respeta las leyes de nuestro país no debe ser cargado en la misma bolsa que aquellos que vienen con la mentalidad de que Paraguay es la Tijuana de Sudamérica. Ni tampoco el paraguayo es haragán, ignorante o estafador, o como suelen resumir en una palabra “falsificado”. Son actitudes individuales que se remixan en cualquier lugar del globo terráqueo, es algo propio de algunos seres humanos, y como son mayoría, el mundo está como está.
En tiempos de globalización, apoyarse en ideas de ser de una “raza superior” y no indignarse ante las manifestaciones que inciten estás ideas no sólo es un retroceso para el avance de la humanidad, sino un caldero que alimenta un virus que manifiesta sus síntomas cuando las circunstancias son propicias.
Patricia Silva Casco es Comunicadora. Hace un poco de radio (www.1035.fm) y colabora con www.agendarte.net. Nacida en Asunción del Paraguay pero malcriada en la fronteriza Ciudad del Este.